jueves, 1 de febrero de 2007

18.- Réquiem por Cristina.

Murió el día de mi Santo.
Toda la gente que estuvo en el duelo, reconocían a sus padres y a su hermana, por sus expresiones de dolor. Cada vez que se movían, sus cuerpos quebrados necesitaban de un sostén para alcanzar un asiento. Sus rostros se habían convertido en un porqué, y se percibía un grito desgarrado incontenible, que aúlla desde sus entrañas.
¿Cuánto tiempo abrazó a sus padres, que la criaron desde niña? ¿Cuánto tiempo abrazó a su hermana, a la cual adoraba?, ¿Fueron minutos, horas, días, meses, años?. Sólo se oyen sus respiraciones, sus llantos al unísono se convierten en un réquiem, que resuena en el espacio. A lo lejos relincha un caballo, porque sabe que su amiga no va ha cabalgarlo nunca más.
Sus padres me abrazan a mí también. Se me hace un nudo en la garganta y no puedo decir nada. No tengo argumentos, que les puedan consolar. Siento sus lágrimas mudas como caen lentamente, una detrás de otra sobre mi hombro. También presiento un pensamiento, que busca rabiosamente un dios al que reclamar esta muerte. Sus pómulos tibios se apoyan en mi cara y mis brazos les aprietan tanto, que creo que en otro momento hubiera podido hacerles daño. Pero no hay dolor que pueda ser añadido.
Al rato, se despegan de mis brazos, me miran, y por un instante creo que me ven. Buscan una silla cercana a donde reposa su hija, apoyan la cabeza y siguen llorando. A veces, alguien se acerca y les seca las lágrimas. Y mientras tanto todos los demás, seguimos entonando el réquiem a lo lejos.
Su hermana, como Hansel y Gretel, busca las migas de pan de un cuento, que ha madurado de golpe y que sólo les conducirá al cementerio, donde no habrá ni juegos, ni gominolas, ni complicidades. La bruja mala ya cumplió su amenaza. Llora desconsolada mientras se abraza a sus padres, anhelando las manos de su hermana que ya no podrá acariciar más. Hoy la casita de chocolate es una tumba repleta de flores, que no podrá derretirse bajo el sol. Su joven hermana, apenas una niña con los ojos rotos, destila su alma en lágrimas, que caen gota a gota sobre sus padres. Ya sabe que nunca más podrá abrazar a su hermana. Al amanecer, al frío y turbio amanecer, sólo le quedará el silencio. Una ausencia inconcebible. Una casa vacía. Y un futuro sin ella.
Tengo que huir de la habitación, donde se vela el cuerpo, si no quiero derrumbarme yo también.
Lloramos todo el día y toda la noche, y no se terminaron las lágrimas. Creo que envejecimos todos varios años de golpe. A media mañana, la acompañamos camino de la iglesia, la seguían también un pueblo de juventud, que arrastrando su pena habían aprendido demasiado pronto, lo traicionera que es la muerte.
Desolador desfile de rostros ahogados por las mismas calles por donde horas antes, ella seguramente había transitado.
Recuerdo cuando hace 20 años llenos de ilusión, portábamos su cuerpecito minúsculo de bebé casi recién nacido entre nuestras manos, como un tesoro, y la llevábamos a bautizar. Recuerdo que al doblar la esquina comenzó a llorar. Y su madre le cantó una nana, la reacomodó entre sus manos, y se quedó dormida. Se despertó con el agua bendita.
Murió el día de mi santo.
Ya, no habrá más agua bendita, que pueda despertarla.
Para los que te hemos conocido y querido, eres una infinita fuente de recuerdos, que siempre nos harán sonreír y emocionar. Nunca te olvidaremos Cristina.
Este mensaje es una adaptación, del original escrito por Paula de Zaragoza, en su blog "Durmiendo a mares".
Qatsi.

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