martes, 28 de noviembre de 2017

El síndrome de Procusto: El gran mal de las empresas actuales.

En la mitología griega, Procusto era un hermoso bandido y posadero del Ática, que tenía su casa en las colinas, donde ofrecía posada al viajero solitario.
Allí lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho.
Si la víctima era alta, Procusto la acostaba en una cama corta y procedía a serrar las partes de su cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. El reinado de terror de Procusto finalizó gracias al héroe anónimo Teseo.
El síndrome de Procusto se ha convertido en un símbolo del conformismo y la uniformización, un mal común en los anales de la historia humana.
Someter a nuestros semejantes al lecho de Procusto, –también llamada cama de Procusto-, es un estándar arbitrario para el que se fuerza una conformidad exacta. Se aplica igual a aquella falacia seudocientífica en la que se tratan de deformar los datos de la realidad para que se adapten a la hipótesis previa.
De la misma forma que se aplica en la empresa –pública o privada-, en la que el mediocre gobierna y a cuenta de no ser superado, procede a cortar los cuerpos que sobresalen.
Los Procustos, son sin duda seres muy comunes en todos los niveles de las organizaciones, pero mucho mas en puestos de poder. Allí; van “cortando” trozos de personas –por extraño que suene-, y mermando con violencia sistemática las capacidades de sus congéneres. La razón es simple; los opacan y ellos no pueden darse esa libertad. Sin duda se trata de un mal muy extendido en las organizaciones.
El “Síndrome de Procusto” en síntesis, lo padecen aquellos que cortan la cabeza o los pies de quien sobresale, los mediocres y los conformes.
Los Procustos en los tiempos actuales no saben gestionar el talento, tienen miedo de “el nuevo”, “el joven”, “el proactivo” y también del cambio; aman su status quo y su zona de confort… en vez de optimizar los recursos que tienen a su cargo y sacarles el máximo rendimiento en su propio favor, prefieren rodearse de aquellas personas que, o bien se bajan el perfil para no ser cortadas o bien son de la “medida indicada” para la “amplitud de su horizonte”…
Quienes hemos caído presa de algún Procusto, nos queda la esperanza de ser hallados por algún Teseo… un héroe anónimo que decide por accidente, por encargo o por venganza, aplicar la misma dosis a Procusto.
Bien decía David Ogilvy, el padre de la publicidad: “Si cada uno de nosotros contrata a gente de menor talla que la nuestra, nos convertiremos en una empresa de enanos. Pero si cada uno de nosotros contrata a gente que es más grande de lo que somos nosotros, nos convertiremos en una empresa de gigantes”.
Los Procustos; inconscientes de que lo son:
1.- Su visión siempre es tan clara –según su propia opinión-, que se molestan si se les dice que no tienen razón.
2.- No se ponen en el lugar de los demás, aunque creen que sí lo hacen.
3.- Suelen hablar de tolerancia, multidiversidad, intercambio de ideas… pero cuando esto se produce no soportan que se den opiniones diferentes a la suya y encuentran cómo criticar o deslegitimar a esa persona.
No obstante; los Procustos si son conscientes de que:
1.- Tienen miedo de las personas jóvenes, nuevas, con brillo propio, proactivas y/o con conocimientos, con capacidades o con iniciativas que ellos no tienen.
2.- Por ello, limitan las capacidades, la creatividad, la iniciativa y/o las ideas de sus subordinados para que no evidencien sus propias carencias.
3.- Son capaces de modificar su posicionamiento inicial ante un tema si ven que alguien opina igual y puede llegar a capitalizar la atención o destacar sobre él si se acepta esa tesis.
Estas conductas generan los mas comunes comportamientos y consecuencias en la organizaciones, como:
1.- Generan un clima laboral de tensión y estrés.
2.- Fuerza las circunstancias para ajustarlas a su propio modelo.
3.- No optimizan sus equipos.
4.- Priman su visión personal, o incluso sus intereses particulares, frente a la maximización del rendimiento y la eficacia.
5.- Deforman, ocultan, interpretan… los datos obtenidos tras un análisis o estudio, de manera que confirmen su hipótesis previa.
6.- No asignan tareas a quienes las harían mejor, cierran su acceso a proyectos en los que destacarían, no les evalúan correctamente y según las herramientas o los controles internos aplicables…
7.- Exigen niveles de calidad y perfección que –en muchas ocasiones-, ni las tienen ellos ni se pueden alcanzar.
8.- Por su autoconvencimiento de tener razón, son más proclives al lanzamiento de productos o servicios que exigen una cierta adaptación de parte del consumidor o usuario final.
9.- Los Procustos, pueden experimentar éxitos momentáneos si lo que se aporta también es novedoso y atractivo, pero si no se ha procurado adaptarse totalmente a lo que precisa el mercado la competencia pronto lo clonará adecuándolo al consumidor/cliente y llevará al fracaso a quien lo creó.
Como dije al inicio; el síndrome de Procusto se ha convertido en un símbolo del conformismo y la uniformización, lo cual ha sido un mal común en los anales de la historia humana hasta nuestros días.
No siempre es algo personal contra alguien especifico, sino la traducción de una vida frustrada, llena de envidias y disconformidad con su propia existencia.
“En definitiva el Procusto es el que si sobresales te corta los pies, y si demuestras ser mejor que él, te corta la cabeza…”

Fuente:https://excelencemanagement.wordpress.com/2017/11/17/el-sindrome-de-procusto-el-gran-mal-de-las-empresas-actuales/

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Las mejores vacaciones de mi vida.

He aprovechado los grados de libertad que nos conceden las vacaciones estivales para tomar cierta distancia. La naturaleza, el silencio, las proporciones, la luz... consiguen que cambiemos por unos días el registro rutinario que convierte nuestro magnífico cerebro en un copistero gris y rescatemos el color de la vida. El problema surge cuando uno se da cuenta de que se lo está pasando sospechosamente bien y que por contraste su cotidianidad tiene un tinte bastante miserable. No es de extrañar que la industria del turismo esté triunfando, todo el mundo quiere huir de su jornada laboral explotadora o de su paro laboral no deseado, de su execrable jefe, del vecino, de la familia política... de algo. En verano el respetable se trasviste de turista accidental y se echa a la calle buscando chiringuito, tapas, raciones, cervecitas y demás regalías. Es una huida hacia adelante que está irremisiblemente condenada al fracaso. Al final tendremos que volver a lo de siempre y habremos malgastado otra oportunidad de tomar conciencia. Una conciencia que, por otra parte, es dura de tomar. A nadie le gustan las medicinas amargas y esta lo es.
Las protestas contra la avalancha de visitantes veraniegos no servirán de nada, cada vez vendrán más, cada vez estarán más desesperados, cada año querrán más. La razón es sencilla: si la sed aumenta es que no estamos bebiendo en la fuente adecuada. El ritmo de vida occidental, su consumo desaforado, su prisa, su no parar, su ruido permanente, sus pantallas incesantes... no consiguen saciar el profundo anhelo que cada cual lleva en su pecho. Ni el coche recién comprado, ni el nuevo móvil, ni los cien mil mensajes que recibimos cada día nos dan esa paz que terminamos buscando como peregrinos enfurecidos en los escasos días que conseguimos escapar de la construcción de la correspondiente pirámide del faraón de turno.
Pensar no ha sido nunca fácil, hacen falta mimbres adecuados. Un lenguaje suficiente, tiempo, espacio, silencio de calidad, una mínima cultura general, cierta biblioteca y unos cuantos maestros que hayan sabido poner en nosotros las semillas adecuadas. El pensamiento crece de la mano de la conciencia, vamos dándonos cuenta de lo que somos y necesitamos, de lo que son y necesitan los demás. Vamos comprendiendo que entre la primera, segunda y tercera personas de todos los verbos que existen no hay diferencias significativas.
El día que decidamos ir de vacaciones a nuestro propio centro todo cambiará. Ese día experimentaremos una profunda paz sin hacer más que tomar conciencia del tiempo y el espacio que ocupamos en este mismo instante.
La paradoja está en querer huir metiéndonos directamente en nuestra propia cárcel. Es una sofisticación social de estos tiempos del final de la historia: ya no hace falta alinear al ciudadano, él mismo ofrece su privacidad, abre sus carnes, se carga de grilletes. El verano nos lo muestra a las claras. Parecemos felices unos días al disfrutar por fin de la ansiada zanahoria que llevamos todo el año persiguiendo. Las carreteras atestadas, los hoteles llenos, los aeropuertos saturados lo atestiguan. Alguien se está forrando y no somos nosotros.
El día que decidamos ir de vacaciones a nuestro propio centro todo cambiará. Ya no hará falta comprar costosos billetes, preparar abultados equipajes o agobiarnos en largos trayectos, soportando colas, esperas y demás inconvenientes. Ese día experimentaremos una profunda paz sin hacer más que tomar conciencia del tiempo y el espacio que ocupamos en este mismo instante. Sin atascos, música machacona ni multitudes alocadas. Serán las mejores vacaciones de nuestra vida: gratuitas, sencillas, felices y llenas de vida. Conseguiremos descansar de lo que más nos cansa: esa versión de nosotros mismos que se afana por ser lo que no es. Y además los demás nos verán en la cara que no les estamos engañando, por fin dejaremos de ser impostores en busca de la experiencia vacacional perfecta.
De momento será nuestro móvil el juez de turno que dictaminará cómo nos van las cosas. Mientras más selfies y fotos estivales compartamos en redes sociales probablemente más alineados estaremos. Los pocos que han comprendido dónde estaba el tesoro hace tiempo que hicieron un discreto mutis por el foro y dejaron de presumir de su propia condena.
Todavía no puedo decir si estas van a ser las mejores vacaciones de mi vida. Parece que al menos voy encontrando interesantes puntos de vista. Les mantendré informados.

Salvador Casado en el Huffingtonpost.
 
Fotografía de Qatsi: Atardecer en Estaca de Bares (Galicia).

sábado, 21 de enero de 2017

Necesitamos muchos Toni Erdmann.

 “¿De verdad eres un ser humano?” pregunta Winfried, en la película Toni Erdmann, a su hija Inés, consultora de negocios en un mundo corroído por el feroz ultracapitalismo, lleno de tiburones excitados por el olor del dinero, de los rendimientos y de los beneficios. “Esta pregunta no es ni más ni menos, que una manera irónica que tiene Winfried de preguntarle a Inés si es feliz”.
 

Esta película, situada en las antípodas del cine convencional, nos narra  la relación entre un padre y una hija cada vez más distanciados. Retrata una profunda ruptura generacional, en la cual Toni Erdmann nos descubre el “estado de infelicidad perfecto”,  en un mundo autoritariamente protocolario, jerárquico y artificioso en el que ya viven muchos de nuestros hijos. Este padre se reencuentra con su hija, la cual ha abandonado todo lo demás para centrarse en su carrera profesional, descubriendo que ya no logra conectar con ella como antes, y entonces toma una drástica decisión para arreglarlo y a la vez intentar conseguir que ella vuelva a ser feliz
Vivimos en un mundo en crisis de valores, donde las decisiones poco transparentes de las grandes corporaciones totalmente deshumanizadas, repercuten directamente en la vida de las personas y en la situación socioeconómica de los países. El distanciamiento y la desconexión que hay entre las multinacionales y la realidad, más allá de las cifras económicas que las rodea, queda perfectamente descrito en un solo plano de la película, cuando Inés mira por una de las ventanas del edificio en el que trabaja y se da cuenta de que un muro separa su mundo de una colonia de chabolas.
En fin amig@s, creo que necesitamos muchos Toni Erdmann. Nuestras proles lo necesitan y se lo merecen. Dejemos ya de educar a nuestros hijos de una forma artificial.
Qatsi.

Viñeta de FerranMartín