martes, 13 de abril de 2010

150.- Para ser generoso hay que ser humilde.

Sonríe, por favor.
Muy bien.
Ahora, deshazte de todo indicio pesimista.
Respira profundamente y mantén una actitud amable, abierta y bondadosa.
Bien, ahora ya puedo comenzar:
Pablo y Francisco compartían la habitación de un hospital. Ambos estaban seriamente enfermos.
Solo a Pablo se le permitía sentarse en la cama una hora al día, porque eso le ayudaba a drenar los fluidos de sus pulmones, mientras que Francisco y debido a la gravedad de su enfermedad, yacía postrado siempre en la cama debido a la gran cantidad de tubos y aparatos que tenía conectados a su cuerpo.
Francisco era diariamente un mar de quejas y lamentos, que cada vez lo inclinaban más hacia el abismo de la depresión. Ambos se pasaban horas y horas, hablando de tiempos mejores, de sus familias, de sus trabajos perdidos, de sus sueños incumplidos, de sus pensamientos más profundos, y sobre todo de lo poco que les quedaba de vida.
Pablo era a la vez el que estaba más cerca de la ventana, el cual cada tarde se incorporaba en la cama y le narraba con todo lujo de detalles a su compañero todo lo que veía a través de ella.
Para aquel hombre que casi no se podía ni mover, era el mejor momento del día. Cerraba los ojos y comenzaba a vivir como si su mundo se agrandara por momentos y entonces comenzaba a revivir toda esa actividad del mundo exterior que tanto anhelaba, y que su compañero de habitación, con una voz pausada y sosegada, tan amablemente le describía.
Con sus relatos, lo hacía vibrar, transportándolo hacia una cotidianidad, la cual hacía ya bastante tiempo que dejó de disfrutar debido a su grave enfermedad.
Una oscura y desapacible mañana de invierno, los pulmones de Pablo no aguantaron más y amaneció muerto. Todo sucedió durante la noche, mientras dormían tranquilamente.
Transcurridas unas horas desde el fatal desenlace, Francisco le pidió a una enfermera si podía ser trasladado cerca de la ventana, la cual accedió. Estaba ansioso por comprobar con sus propios ojos todo aquello que su compañero Pablo le había estado describiendo cada tarde durante los últimos meses. Sacando fuerzas de donde pudo y ayudado por la enfermera, se incorporó sobre su cama, y vio que a través de la ventana solo se veía una pared blanca.
El hombre, extrañado, sorprendido y bastante contrariado, le comentó a la enfermera que no comprendía por qué su compañero lo había estado engañando de aquella forma durante tanto tiempo. A lo que la enfermera le contestó: Este hombre estaba lleno de tanta bondad, que hasta se olvidaba de si mismo. Quizás su intención solo fue la de ayudarle psíquicamente, e intentar darle los mayores ánimos posibles, para que su corazón no se fuera apagando lentamente, puesto que su compañero no veía ni la pared blanca. Por que, ¿sabe usted?, era ciego.
Qatsi.
Nota: Este relato es una adaptación de un cuento anónimo, que hace un tiempo leí en la red.
Fotografía: http://www.diariosur.es/prensa/noticias/200901/09/fotos/366246.jpg

No hay comentarios:

Publicar un comentario